
Según atestiguan los escasos que llegaron a conocerle, se trataba de un ser muy raro, sombrío, más bien feo, de rostro cabruno o tal vez de pescado; un genio que, incapaz de luchar con el ritmo de su tiempo, encerró su existencia en el seno de viejas casas húmedas, lúgubres y tenebrosas, donde casi enloqueció, dejando tan sólo, como único legado, el valioso recuerdo de su pluma escalofriante.
Vivía de noche, sumergido en la oscuridad donde nadie podía verle; entonces incluso se atrevía a salir a la calle, a pasear con la cabeza inclinada; era el misterio de Providence. No había fuerza en la tierra capaz de hacerle dormir en otra cama que no fuera la suya. Era vergonzoso y tímido, y aunque nadie se atrevía a decir que tenia complejo de inferioridád, decia que no tenia confianza en sí mismo. Veía poca gente, y su círculo de amigos era muy reducido. Prefería los trajes oscuros, sin moda, y las corbatas negras o azul marino, lisas o con pequeños lunares. Jamás aparecía en sociedad sin chaqueta o sin sombrero. Su voz era chillona pero cuando hablaba con énfasis, su voz se hacía áspera, como un "graznido ronco". Sonreía con facilidad pero raramente reía; mucha gente ha descrito su risa como un "áspero cacareo". Cuando se acaloraba, tendía a tartamudear y su conversación normal, al igual que su escritura, tendía a ser pedantemente polisílaba; era de los que en vez de decir: "Voy a tomar un trago", decía: "Voy a procurarme un poco de refresco líquido".
Con los extraños, su actitud era retraída, rígida y exageradamente forrnal; pero cuando conocía a las personas, se revelaba como un conversador agradable; adoptaba con espíritu alegre una pose de caballero dieciochesco. Tenía cinco pies y once pulgadas de altura, hombros caídos aunque anchos, y propensión a estar delgado. Tenía los ojos y el pelo oscuro (más tarde éste se volvería gris rata), cara larga y nariz aguileña. Su rasgo más destacado era la barbilla, muy larga, que le daba un aire de afectado. Su piel era pálida y sus manos frÍas como el hielo; estrecharle la mano era como estrechársela a un cadáver.
Sus gustos por la comida eran muy peculiares: despreciaba la "gourmanderíe" y creia que su cerebro funcionaba mejor cuando pasaba cierta hambre. No le desagradaban la leche y la grasa, aborrecía el pescado, que lo calificaba de "horrible bazofia", era melindroso con las verduras, y le disgustaban las judías verdes y los espárragos; tenía gran pasión por el queso, los helados, el café, los dulces, de cuales abusó durante toda su vida.
Sentia un gran cariño por los gato: alababa su belleza, su gracia, su autosuficiencia y demás cualidades aristocráticas; en cambio odiaba a los perros, que consideraba "escandalosos, malolientes, desmañados, babosos, sucios, jadeantes y manoseadores".

Este hombre, al que muchos han preferido olvidar o no conocer jamás, quizás por no herir sus sanas costumbres y sus buenos pensamientos, se Ilamaba Howard Phillips Lovecraft, eI extraño morador de las sombras, el que eternamente susurra en la vigilia de los ciclos, reanimando cadáveres, removiendo ancestrales criaturas capaces de hacer envejecer cien años al más joven de los humanos. Por ello, conocer a este hombre, es lIegar a sentir eI terror enroscado alrededor del cuello, es verse involucrado en la atrocidad que inspiran las horribles criaturas de su mitología, sufrir, en definitiva, en antiguos mundos de caos y espanto, todavía presentes a través de arcanos mensajes e indescifrables augurios.
Quienes por diversas circunstancias no han lIegado a leer sus obras, olvidan que los coleccionistas más sobresalientes pagan fuertes sumas de dinero por cada una de sus cartas; no saben que ha servido de argumento e inspiración para diversas obras de teatro, cine y música; ignoran que ha creado una escuela y estilo Iiterarios sin precedentes y que ha servido de tema para múltiples artículos, reportajes, polémicas y tesis doctorales; desconocen, finaImente, que ha sido traducido a más de diez lenguas extranjeras y que ha erizado la cabeIlera a miles de lectores con su peculiar forma de engendrar miedo, angustia o pesadillas sin nombre. Y es que Howard Phillips Lovecraft ha sido el Hacedor de Cultos ya olvidados, de nauseabundos alienígenas, de doctrinas esotéricas y de fuerzas ocultas encarnadas en deidades arquetípicas y primigenias, conjugando, con todo elIo, una original concepción del relato de horror y una complicada cosmogonía ancestral que desvela al más dormido de los mortales.
Vivió siempre sumido en la pobreza, dedicado a corregir el estilo de cuentos de terror; se casó con un mujer que le recordaba a su madre y pronto se separó de ella por esa misma razón; paseaba sólo, leía con voracidad y adoraba los dioses de la Grecia Clásica. De haber seguido por el camino de sus años de anquilosamiento, habría vivido a semejanza de los mortales más oscuros, y seguramente habría dejado esta vida como sus padres, encerrado en las blancas paredes de un hospital para enfernos mentales. No obstante, logró despertar a tiempo y, poco a poco, pudo reconciliarse con la raza humana. Finalmente, murió joven, aquejado de un cáncer de intestinos, y de cansancio. Por todo ello, los que vigilan desde el tiempo no olvidarán nunca su fugaz paso por este mundo. Lo demás hay que sentirlo en sus obras.
2 comentarios:
Esta buenisimo tu blog, me encanta Lovecraft, te dejo mi página por si kieres hecharte la vuelta, no es sobre Lovecraft jeje... www.natrina-van-tassel.tumblr.com
Gracias Natalia por tu visita y comentario.Veré tu blog. Un abrazo
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