A pesar de ello, Lovecraft, el eterno morador de sombras, continuó trabajando en su oscura soledad de Providence, amargado y hundido en su antigua misantropía. buscando siempre, en las penumbras de su subconsciente, nuevas ideas para sus relatos escalofriantes.
Pero Howard ya no era el mísmo, se sentía muy cansado, enfermo, sin deseos de vivir. "En sus últimos años de vida -cuenta tristemente su amigo Derleth- las enfermedades que se cebaron en él durante su juventud, hallaron un fiel reflejo en su marchita salud. La anormal sensibilidad de Lovecraft ante cualquier temperatura inferior a cinco grados sobre cero, se avivó hasta el punto de sentirse muy a disgusto, casi puede decirse enfermo, en temperaturas inferiores a cero grados. Las cartas que escribió durante el último año de su vida están llenas de referencias a fastidiosas dolencias y pequeños sufrimientos que no cesaban de importunarle. Durante el otoño y comienzos del invierno de 1937, se le tuvo que trasladar al hospital Jane Brown Memorial de Providence". Ya no podía ingerir alimento alguno por la boca; se alimentaba por vía intravenosa y tenían que calmarle a base de morfina. Flaco, completamente hinchado de aires y de líquido, y soportando tremendos dolores, todavía le quedaban algunas fuerzas para encantar a las enfermeras con su amable cortesía y su estoico valor.
Sín embargo, a pesar de los sobrehumanos esfuerzos por salvarIe, Howard murió en la madrugada del 15 de marzo de ese mismo año. Su certificado de defunción atribuye la causa a un "carcinoma intestinal y nefritis crónica". A las doce del día 18 de marzo se celebró un funeral en la capilla de la compañía funeraria Horace B. Knowles & Sons. Asistieron solamente cuatro personas: Annie Gamwell, su gran amiga, miss Edna W. Lewis, la prima segunda de Lovecraft, Ethel Phillips Morris, y su amigo de Boston, Edward H. Cole. Fue enterrado en el panteón de su abuelo Phillips, en el cementerio de Swan Point. Y aunque su nombre aparece inscrito en la columna central, ninguna lápida señala su tumba.
Así desapareció un hombre que vivía para sus sueños, un ser que a pesar de autodefinirse como una carroña que causaba horror, necesitaba del calor humano que jamás tuvo. Su fama de rondador de cementerios, de conocedor de secretos prohibidos, de practicante de cultos sacrílegos, fue extendiéndose tomo una plaga incontrolable por sus voraces lectores; sin embargo, nada de todo esto fue verdad; en realidad, Howard fue siempre un hombre sencillo, lógico, materialista, racional y ateo. Su vida pública estuvo marcada en todos los sentidos por una gran humildad, es decir, fue la de un pequeño burgués que se sintió amargadamente fracasado. Sus amigos le querían, le admiraban, porque él, ante ellos, lejos del oscuro drama de la influencia familiar, se sentía liberado y manifestaba todo su apasionado entusiasmo reprimido; las demás personas no cabe duda de que le ignoraron. Fue, sin lugar a vacilaciones, un devoto devorador de fantasías y de ciencia; creía que nadie era capaz de comprender ni amar a nadie, pues para él tanto el pensamiento como las sensaciones humanas eran el espectáculo más divertido y desalentador que deambula por el reino de la naturaleza.
Filosóficamente hablando, Lovecraft se autoconsideraba monista dogmático y comulgaba con el materialismo mecanicista; sin embargo, siempre fue, en realidad, un escéptico radical, es decir, un absoluto destructor de su época. Por ello, no tuvo más alternativa que inventar su propio mundo, un mundo que sólo existía en su subconsciente y, que a la vez, le permitía expresar sus emociones más profundas. "De haber nacido en otros siglos -comenta Rafael Llopis- hubiera sido "un gran profeta, un gran mistico o el fundador de una mueva religión". Mas en el tiempo y espacio que le tocó vivir, y con su absoluto escepticismo, fue sólo un creador romántico de universos imagmarios... y, como todos los románticos, a] amar un pasado muerto, amó también la muerte misma. Pero la muerte -la desintegración de la forma y la putrefacción de la carne- le inspiraba el mismo horror que la locura a su intelecto lógico y formalista. Y así, del mismo modo que lo irracional rechazado era secretamente deseado, la necrofilia, como en Poe, era a la vez, en Lovecraft, necrofobia". ¿Dónde radica, pues, el éxito del morador de las sombras?
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